viernes, 18 de junio de 2010

José Saramago











Ha muerto José Saramago… y no he tenido tiempo esta tarde para llorarlo. Ha sido hoy mismo: viernes, 18 de junio de 2010. Ya este día del año nunca será igual a partir de ahora.

Y este año se ha llevado por delante a Delibes y a Saramago. Vaya año.

Descubrí a Saramago poco antes de que le concedieran el Nobel. Acaso sólo unos meses antes, acaso sólo unos años antes. Tampoco sabría decir con qué libro entré en su mundo.

Me alegré por el premio y sentí que ahí acabaría pero ni esa losa lo sepultó.

He leído muchas de sus novelas, casi todas. Y hablar de una de ellas es traicionar el hecho de que su mundo es único y cerrado. Y diverso y abierto a la vez. Es único porque siempre habla de lo mismo, hable de lo que hable. Es cerrado y secreto y hay que hacer un esfuerzo para entrar en él. Es diverso porque su visión era acaso la más universal que pisaba la Tierra. Es abierto porque al final de su pesimismo había luz. Luz contra la ceguera.

Saramago se terminó convirtiendo casi en mi abuelo. En ese abuelo que ya no recuerdo. Su pensamiento ético era un faro a lo lejos. Y aunque no puedo asegurar que él haya conformado mi conciencia ética, sí que es verdad que ha apuntalado muchas vigas y reforzado muchos contrafuertes. Principios sobre principios.

Ya ha caído la tarde y los rayos de sol últimos son un brindis para él que ya no los volverá a ver… desde Lanzarote. Es noche con nubes y aparato eléctrico. Y he pensado que lo que mejor podía hacer era escribir unas palabras en este blog. Seguro que ahora sí tiene tiempo para echarles una hojeada. Y he pensado recuperar algunas de sus ideas, algunas de las frases que subrayé en sus libros. Seguro que a él le gusta leerse y redescubrirse.

El narrador omnisciente y distanciado que siempre estaba en sus narraciones y que al final sufría tanto o más que los personajes. Y el lector termina siendo el narrador.


De La caverna (2000):

«La vida tiene que ser así, cuando uno se desanima, el otro se agarra las propias tripas y de ellas hace corazón».

«No fingimos ante los otros, fingimos ante nosotros mismos».

«Se dice que cada persona es una isla, y no es cierto, cada persona es un silencio, eso, un silencio, cada una con su silencio, cada una con el silencio que es».


De El viaje del elefante (2008):

«La vida se ríe de las previsiones y pone palabras donde imaginábamos silencios y súbitos regresos cuando pensábamos que no volveríamos a encontrarnos».

«El pasado es un inmenso pedregal que a muchos les gustaría recorrer como si de una autopista se tratara, mientras otros, pacientemente, van de piedra en piedra, y las levantan, porque necesitan saber que hay debajo de ellas. A veces les salen alacranes o escolopendras, gruesos gusanos blancos o crisálidas a punto, pero no es imposible que, al menos una vez, aparezca un elefante».

«Si todo el mundo hiciera lo que puede, el mundo sería, con certeza, mejor».


De Ensayo sobre la ceguera (1997):

«Lo difícil no es vivir con las personas, lo difícil es entenderlas».


De El Evangelio según Jesucristo (1991):

«El Bien y el Mal no existen en sí mismos, y cada uno de ellos es sólo la ausencia del otro».


De Todos los nombres (1998):

«El tiempo, aunque los relojes quieran convencernos de lo contrario, no es igual para todos».

«Lo que da verdadero sentido al encuentro es la búsqueda».

«La piel es todo cuanto queremos que los otros vean, debajo de ella ni nosotros mismos conseguimos saber quiénes somos».

«Es lo que tiene de bueno la muerte, con ella se acaba todo».



Es ésta, Todos los nombres, una de las novelas que más me impresionó. (¿Más que El año de la muerte de Ricardo Reis o el Ensayo sobre la ceguera con el que tanto me identifico?). Tampoco sé si la elegiría para la relectura.

No entraba en mis planes de verano pero creo que será un buen homenaje por mi parte para el maestro que se ha ido comprar Caín y leerlo este verano de 2010: el primer verano sin Saramago.

Y por si alguien no ha entrado en sus libros me permito una licencia: hay que leer en voz alta las primeras veinte o treinta primeras páginas para entrar en el ritmo y en la cadencia y en la puntuación. Y luego hay que ser valiente para leer.

Como si de una brom se tratara en mis manos, ahora, Somos cuentos de cuentos: edición minúscular de Aguilar. Me adentro en sus letras... y si puedo lloraré.